La historia de un artista que expresa su mensaje de esperanza en el centro de San Luis
Ariel Vera es un cantante no vidente que viaja por el país para transmitir canciones con un claro propósito de fe. A pesar de haber pasado años muy adversos, quedando huérfano con sólo 6 años, jamás dejó de sonreír.
Con la claridad de su voz y la templanza de su alma, conmueve a quienes escuchan sus melodías y certifica que en las adversidades, es posible encontrar luz.
La calle Príngles, entre Rivadavia y San Martín, es testigo de sus interpretaciones, quien provoca que las miradas dormidas de cotidianidad, se vean inmersas en un viaje placentero de buena música y con un significado profundo.
El artista demuestra que ante las dificultades que se dan en la vida, es posible adquirir un crecimiento, que cada dolor puede transformarse en algo positivo, que toda caída significa un aprendizaje.
Él lo experimentó en carne propia. A los seis años quedó huérfano tras la muerte de sus padres y a los diez perdió su vista. Sin embargo al contarlo, jamás borró su auténtica mirada, una contemplación en sí misma.
Lejos de caer en la desesperación, supo madurar su espíritu, elaborar el duelo necesario sin dejar de creer que la vida es un milagro maravilloso.
De niño pasó años en un orfanato cristiano, donde pudo “conocer a Dios”. “Si estoy en pie es por una fuerza sobrenatural, es Dios en mí”, expresó emanando esperanza en sus palabras.
Cada detalle de su rostro dibuja al compás de las canciones un mundo de paz, ese lugar al que anhela ir cualquier corazón intranquilo. Para Vera, cantar “es una forma de agradecerle (a Dios) todo lo que hace día a día”.
Cuando salió del hogar, a los 15 años, inició un recorrido de diversos destinos para llevar su mensaje en una suerte de misión. Nadie puede constatar que así sea, pero quizá esa tarea fue encomendada en lo más profundo de su intimidad.
Para viajar no tiene una estructura organizada de los lugares a recorrer, sino que deja que “la divinidad guie sus pasos”.
“Hace dos semanas llegué y solo Dios sabe cuando me voy”, dijo el joven. “Puede ser que me vaya a la tarde, en un mes, el año que viene, o que me quede a vivir aquí”, agregó.
Aquellos sentidos que perdió, fueron fortalecidos por el espíritu de su corazón. En las canciones que entona, deja vislumbrar una magia que promueve una sonrisa, "un gracias", la sensación de que todo va a pasar.
Según Vera, “la gente responde muy bien” a sus interpretaciones, tanto aquellos que “conocen a Dios”, como los que se dejan enamorar por el mensaje.
Canta bajo el abrigo de los que caminan a su lado, como si trabajara en un comercio del centro, de lunes a sábados, de 9 a 13 y de 17:30 a 21.
Según comentó, muchos se sorprenden del mensaje que transmite, ya que “no abundan” los artistas que se dediquen de lleno a la música cristiana.
La vida, Dios, el universo, además de regalarle una voz privilegiada, le entregó dos sonrisas que iluminan su camino. “Tengo una familia, una hija y una mujer”.
Quizá sea por ellas que transite sus días con la confianza en el cielo, tal vez en su alma resuenen sus padres con el anhelo de encontrarlos en otra vida, quizá su integridad es una prueba, de tantas, de que nada pasa por la vida sin una razón.
Lo cierto es que Ariel Vera graba sus notas en el viento, en las veredas que lo escuchan, en las vidrieras cercanas, en los oídos de quienes recorren la zona. Y esa música se volverá a escuchar en otro tiempo, en el reproductor que jamás pasará de moda, la memoria.
Video: Víctor Albornoz
Edición: Nicolás Miano
Foto: Marcos Verdullo